Comentario
LIBRO III
De los discursos de esta conquista desde el año 1555 en que S. M. hizo merced de esta Gobernación a Domingo Martínez de Irala hasta la prisión del general Felipe de Cáceres, y fundación de la ciudad de Santa Fe.
CapÍtulo I
De la publicación de las cédulas de S.M. y de lo que en su virtud hizo el Gobernador Domingo Martínez de Irala
Aunque las cosas de esta provincia, y los sucesos han sido tan diferentes y adversos, he procurado reducirlos a un breve compendio, cuanto me ha sido posible, y por no haberlo podido conseguir algunas veces, me ha sido forzoso alargarme algo más por dar alguna noticia, que ocurre conducente al sentido de mi historia para manifestar algo de lo mucho que el tiempo ha borrado de la memoria, tanto de lo que ha acaecido en esta provincia, como en las otras comarcanas, que más de una vez hacen a mi propósito, y así me ha sido preciso en la narración a veces hacer algunas interrupciones, ya que de las circunstancias, ya de los tiempos en que acaecieron, hasta que concluida vuelvo al hilo de la historia.
Luego que Domingo Martínez de Irala recibió los pliegos, cédulas y demás providencias de S.M., convocó a los Oficiales Reales y demás capitulares de la República, y en presencia de todos fue leída la cédula de S.M., en que se hacía merced del gobierno de aquella provincia, en cuyo obedecimiento luego fue recibido al ejercicio y administración de tal empleo, y demás privilegios que se le concedían, con aplauso universal. Leyéronse así mismo otras cédulas y provisiones que venían a favor de los conquistadores, como era habérseles de encomendar los indios, nombrar personas suficientes para el Consejo, oficiales de Real hacienda, y finalmente para hacer todas las ordenanzas necesarias al provecho y utilidad, así de los españoles, como de los indios de aquella jurisdicción para encomendarlos como estaba dispuesto, para lo que se determinó que saliesen cuatro personas a empadronar los indios de toda la jurisdicción don toda distinción, tomando cada uno diferente camino; y habiendo vuelto con sus padrones, se halló el número de 27.000 indios de armas situados en 50 leguas circulares al norte y sur, etc., hasta el río Paraná, excepto los que estaban al oeste, que por ser de diferentes naciones tan bárbaras no se pudieron empadronar y repartir por entonces, por cuya causa y la de ser muchos los conquistadores no pudo acomodarlos, sino en poca cantidad, de que se lastimó no poco el Gobernador por no haber podido complacer su genio, que era naturalmente largo y generoso, e inclinado a hacer bien a todos, con que vino a ceñirse a gratificar a los que pudo según las ventajas de sus méritos; éstos fueron 400, dando a unos 30, a otros 40, y dejando a los demás para beneficiarlos en otras poblaciones y conquistas, que en adelante ocurriesen, porque con el corto número de indios, no le fue fácil gratificar a todos a proporción de los grandes trabajos, que les había visto pasar, y de modo que pudiesen darles los indios necesarios para una regular congrua; y verificado el repartimiento, hizo para el buen régimen de indios y encomenderos ciertas ordenanzas, que hasta hoy se observan, por haberlas confirmado S.M.. Hizo así mismo Alcaldes ordinarios, que fueron Francisco Ortiz de Vergara, y el Capitán Juan de Salazar de Espinosa, Regidores y Alcaldes de la Hermandad. Nombró por Alguacil Mayor de la provincia a Alonso Riquelme de Guzmán, y por su Teniente General al Capitán Gonzalo de Mendoza. Con estas elecciones y estatutos estaba la República en este tiempo en el mejor establecimiento que jamás se había visto, y con aquel régimen y buen gobierno cada uno procuraba contenerse en los límites de su esfera, a proporción de su calidad y obligación: señaláronse también diputados y examinadores para cada gremio de artes y oficios necesarios a la República. Señaláronse dos maestros de niños, a cuya escuela iban más de 2.000 personas, teniendo particularísimo cuidado en su enseñanza que recibían con mucha aplicación. Estaban al fin todas las cosas en tan buen estado, que aquel Ilustrísimo Prelado varias veces dijo en el púlpito que estimaba en más aquel obispado, de que S.M. le había hecho merced, que el mejor de Castilla. Determinóse así mismo cuidar de lo espiritual con tanto fervor y caridad del Prelado y demás sacerdotes, que todos parecían uno solo en sus dictámenes y voluntad, haciendo cuanto a este santo fin era conducente; a todo concurría el Gobernador y Cabildo puntualmente, al común beneficio espiritual de los españoles e indios de toda la provincia, de modo que con grande uniformidad, general aplauso y aplicación se dedicaron al culto divino, exaltación de N.S. Fe, y enseñanza de la doctrina cristiana.